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No hay mayor riqueza en el mundo que ser dueños de nosotros mismos



Hoy amanecí sintiéndome muy triste por algunas cosas externas que pasan en mi vida. Particularmente, en mi caso, el dinero siempre ha sido todo un tema a lo largo de mis 41 (casi 42) años de existencia.


Para algunas personas su tema será la salud, para otras, las relaciones de pareja, las relaciones con otras personas, las relaciones consigo mismas, etc… Para mí, el rollo de mi vida siempre ha tenido que ver con la prosperidad.


Y si bien, desde una mirada trascendente, comprendo muy bien que nuestras dificultades tienen más que ver con nuestro mundo interior y las heridas que cargamos a partir de las experiencias vividas, digamos que desde una mirada relativa, pues sí, el tema (mi tema) se refleja en la prosperidad y todo lo que tiene que ver con la abundancia material.


Sumergida entonces esta mañana en la emoción con la que me desperté y dándole vueltas en la cabeza a la idea de cómo sería ser rica 😅, por allá alcancé a captar un pensamiento que es el título de esta entrada: No hay mayor riqueza en el mundo que ser dueños de nosotros mismos.


No tengo idea de dónde salió, jajaja, imagino que la versión más esencial de mi yo trataba de consolarme. Pero me pareció poderoso y reconfortante, y por eso decidí compartir por aquí toooodo lo que reflexioné esta mañana después de eso.


Existe una riqueza que es mucho más valiosa que cualquier posesión que podamos tener: justamente, la soberanía sobre nuestras vidas, la autenticidad y la libertad para vivir de acuerdo con quienes realmente somos.


Y creo que ser dueños de nosotros mismos implica autoconocernos bien para trascender lo limitante que pueden llegar a ser las expectativas externas y las normas y estándares que nos dicta nuestra sociedad. Es empoderarnos realmente de este ser que somos (que elegimos o nos tocó ser, como sea tu creencia) para tomar decisiones más alineadas con nuestra verdadera naturaleza.


Es en este proceso que vamos entendiendo que la verdadera riqueza (allí voy en el camino, pero a veces, como hoy, me da la chiripiorca) no se encuentra en las cosas materiales, ni en todo el dinero que podamos llegar a acumular, sino en la calidad de nuestras relaciones, en la profundidad con la que vivimos nuestras experiencias y en la conexión con nuestro ser interior. Es un estado que trasciende lo físico y se manifiesta en paz interior, regocijo (me vino esta palabra a la cabeza) y gratitud por la vida misma.


Es posible entonces que estés pensando, “sí claro, Anita, intenta llevar una vida sin dinero” y sí, tienes razón, el dinero es extremadamente importante como medio para un fin… Yo más que muchas otras personas puedo reconocerlo porque he experimentado carencia y escasez.


Pero piensa en esto: si hoy cambiaran las condiciones de nuestra sociedad y desapareciera el dinero, tú te seguirías teniendo a ti y tu valía continuaría estando intacta. En cambio, el dinero perdería todo valor. A eso me refiero, a una mirada más trascendente. Finalmente, debo reconocerlo, el dinero lo puedo conseguir.


Ahora, cuando nos hacemos conscientes de nuestra soberanía, de ser dueños de nosotros mismos, empezamos a actuar más como los arquitectos de nuestra propia felicidad. Llamémosla aquí mejor satisfacción para no confundirla con la emoción sinónimo de alegría, sino para que hablemos más de ese estado del ser en el que, a pesar de las condiciones externas y de todas las emociones que nos puedan habitar, podemos desarrollar para que prevalezca en nuestro interior.


Cuando vivimos desde esa consciencia, nos es más simple tomar las riendas de nuestro camino y habitar la realidad desde una mirada distinta. Dejamos de ser esclavos de las expectativas externas y nos comprometemos más con la autenticidad y la plenitud.

Y en lugar de buscar la aprobación de otros o de las masas (o, incluso a veces, lo que creemos que esperan los otros de nosotros), nos enfocamos en cultivar una relación amorosa y mucho más compasiva con nosotros mismos, aceptando nuestras “imperfecciones” y celebrando el ser único que somos, que ya de por sí es un regalo.


Ese proceso del que hablo, de hacernos conscientes de nuestra verdadera riqueza, requiere mucha berraquera (traducción: mucha valentía y determinación) porque implica, en muchos casos, ir en contravía, desafiar convenciones sociales y cuestionar creencias muy arraigadas.


Sin embargo, el retorno de vivir así no tiene precio, es una sensación de paz interior (a pesar de las emociones que vienen y van), una mayor claridad en lo que verdaderamente deseamos para nosotros y para los demás, y una profunda conexión con “eso” que somos (y digo “eso” y no “quien” porque el “quien” lo asociamos más a nuestra identidad, en mi caso, Ana. El “eso” es esa parte de nosotros que no tiene identidad ni forma, lo infinito).


En últimas, este proceso nos lleva a descubrir la infinita abundancia que reside dentro de cada uno de nosotros. No dentro de unos pocos, sino dentro de TODOS. De ti y, sí, dentro de mí (esto va para mí 😂).

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